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Nocturnidad y Alevosía

No-novias

Se puede estar casado. Se puede tener novia. Se puede estar liado. Se puede tener un amigo con derecho a roce. Se puede estar enrollado de forma multilateral. Se puede ser "la otra". En fin, que hay numerosas versiones de una relación de pareja. Sin embargo hay una que no conocía y que he descubierto últimamente. Las no-novias.

El concepto es un tanto sibilino porque tiene muchos puntos en común con otros tipos de relaciones. Pero vayamos al fondo del asunto, dilecto lector fiel. Desprenderemos las capas superficiales y llegaremos al núcleo mismo del asunto tan solo usando nuestra parte más racional y analítica.

¿Qué dirían ustedes si un amigo suyo sale con una chica el domingo, el martes, el jueves y el sábado? Quizás piensen que son novios. Eso pensé yo. Así que, inocente de mi, lo pregunté:

  • - ¿Qué tal ayer con tu novia?
  • - Nonono. No somos novios.
  • - Ah, como habéis salido juntos todos esos días.
  • - No, es una coincidencia, solo hemos salido un día sí y otro no.
  • - Ah!, vale, ¿qué tal con la chica con la que sales un día sí y otro no?
  • - Muy bien.

¿Qué diría usted dilecto lector fiel si un amigo suyo intercambia varios sms a diario con una chica y tiene conversaciones telefónicas de 45 minutos? Pues si vivieran en la misma ciudad podríamos tildarles de pesados, además de ser novios. Pero si viven en ciudades diferentes, además de ser unos novios pesados, no tienen más remedio los pobres que andar así. Así que uno, inocente, pregunta:

  • - ¿Qué te cuenta tu novia en ese sms? ¿Cuándo vas a ir a verla? ¿O viene ella?
  • - Nonono. No somos novios
  • - Ah! Perdón, ¿Qué te cuenta la chica de los sms diarios?

Tengo otro amigo que habla de dos a tres veces con una chica a diario. Si, lo sé, es mucho. Queda casi todos los viernes a cenar con ella, en lugar de salir con los amigotes, y en alguna reunión familiar se ha colado. De nuevo, uno va, y pregunta:

  • - ¿Qué tal con tu novia? Hace mucho que no la veo.
  • - Nonono. No somos novios.
  • - Ah! ¿Qué tal con la chica que llamas tres veces al día?

Ella vuela a verte, tú vuelas para verla. Volar en secreto es tan romántico. Pero en publico se niega. Una noche estás reunido con tus amigos y tras una breve llamada telefónica aparece ella. Saluda someramente, te coge de la mano sacándote del grupo, y tú con cara de cordero degollado no puedes sino seguirla al otro extremo del bar. Finalmente te devuelve con la misma suavidad. Y aún así lo niegas: Nonono, no somos novios.

Hay más ejemplos, que amigos tengo muchos y por lo visto les ha picado el mismo mosquito a todos.

No he hablado de relaciones sexuales, porque además de introducir más confusión tampoco son la clave de la definición. Vamos que con una no-novia se puede o no acostar uno, incluso una vez acostado echar un polvo. Eso será lo que ella diga.

Un avispado lector habrá descubierto cual es el nexo de unión entre todas esas relaciones de no-noviazgo. En efecto, el nonono es la clave. Todos se comportan como novios, se desviven por la relación, reorganizan su vida, pero al fin, lo niegan.

Hay además otros síntomas que aseguran que nos encontramos claramente ante un claro caso de no-noviazgo. Respuestas del tipo: "No, si yo no quiero novio, si yo estoy muy bien sola". "Uy, no, no, quita, con lo bien que estoy así, que hago lo que me da la gana, yo solito me busco la vida". "Bah!, si es un rollete. No acaba de gustarme, durará lo que dure". "Esta no va a ser la madre de mis hijos". Si escuchan alguna frase de este estilo de sus amigos o amigas vayan desempolvando el traje ese de entretiempo que sólo se ponen en bodas y entrevistas de trabajo, porque amigos, el desenlace es inevitable.

¿Qué razón existe para negar lo evidente? Hay algunos que tienen miedo a admitirlo en público porque sería el primer paso para admitirlo uno mismo. ¿Y si una vez admitido por uno mismo se rompe? Dolor. Otros no lo admiten por rechazo al compromiso. ¿En qué consiste el compromiso? ¿Hace falta hacerlo explícito para que sea efectivo, o un compromiso velado es igual de válido? ¿Acaso cuando se rompe un compromiso velado duele menos que cuando lo hace uno explícito?

El nivel de compromiso nunca es simétrico en una relación, pero una cosa es que uno tenga o demuestre un mayor interés que otro, y otra un total desequilibrio. Este es al final, si se mantiene, o una falta de sinceridad por una parte o una ceguera manifiesta por al otra. ¿No admitir la relación es un síntoma de esta asimetría? ¿Implica esto falta de sinceridad o aprovechamiento de la ceguera del otro?

Finalmente, todo esto puede ser burda palabrería y quedar en una cuestión nominal. Porque, ¿qué importa cómo se llamen las cosas? Quizás leer a Wittgenstein pueda ayudar a algunos a responder a la pregunta. Uno, que es más modesto, la deja en el aire sin saber, como siempre, qué responder.

Inteligencia artificial

Últimamente tengo una ajetreada vida social. Además de porque soy majete, porque me apunto a un bombardeo. Debe ser que trato de engañar a la crisis de la edad haciendo cosas sin parar para no pensar mucho en ello. 

El otro día leí un artículo sobre si era ético o no el que Google pusiera sus anuncios junto al email en función del contenido de éste. La cuestión ética queda apartada en cuanto es un programa quien “lee” tu email y selecciona los enlaces más relacionados. Aunque por eso mismo resulta muy curioso los enlaces que a veces se leen, porque no tienen nada que ver con el tema de discusión. En fin, la inteligencia artificial sigue avanzando poco a poco... 

En uno de los saraos a los que me apunto últimamente conocí a un grupo de señoritas. Bastante simpáticas. Uno tiene ya una edad en la que ir de buitre es un poco cansado. Es mucho más efectivo hacerse el guapo (que no tiene nada que ver con la belleza) y dejarse querer. Así pasamos aquel día un amigo y yo, dejándonos querer por las simpáticas señoritas. Al acabar el día nos habían invitado a otro sarao. Invitación que declinamos pues ya teníamos otro compromiso. Menudos somos nosotros. Así que ahí quedó un “nos vemos”, “nos vemos”. Ni el teléfono les pedimos.  

Lo de pedir el teléfono, llamar y tal, es un poco aburrido. Por sencillo. Es mucho mejor la ingeniería social. Ejemplo sencillo: convences a una amiga para que pida el teléfono a la persona que deseas. Rápidamente se ve que esto se puede complicar tanto como se quiera tan sólo incrementando el número de eslabones en la cadena. Personalmente prefiero las redes, que son mucho más complejas... Conseguir que un amigo te de el email de una amiga de la que te interesa para que esta amiga te invite a un nuevo sarao. Una vez allí convencer a otra amiga para que le saque el teléfono de quien estás interesado... Es complicado, pero muy divertido. A algunos les puede parecer inteligente, a otros artificial...  

Por supuesto llamé, pero en ese momento no podía hablar ya que entraba al cine. Me mandó su email por sms. En el mensaje que le envié le propuse, después de hablar de cine,  tomar unas cañas para que me contara su experiencia en un viaje que acababa de hacer y que yo emprendería en pocos meses. Finalmente invitaba a ella y sus amigas a otro sarao. Todo muy correcto, escrito en un estilo que valía tanto para un amigo como para una amiga. Ninguna doble intención se veía a primera vista, tenía que seguir haciéndome el interesante, ya sacaría los dientes el lobo estando de cañas.

Repasando los mensajes enviados lo abro. Después de leer el cuerpo del mensaje, me detengo en los cuatro anuncios de Google al margen. ¡Tres son de páginas de contacto y uno de cuidado de la imagen! Madre mía, si quería esconder mis intenciones esta máquina del demonio había desnudado mi email leyendo entre líneas. ¿Realmente ha sido un software con inteligencia artificial o tienen a alguien leyendo entre líneas cada mensaje enviado? ¿La unión de palabras cine, cañas, viaje y fiesta induce unívocamente a pensar que se anda buscando pareja? Uno, de momento, se asusta.

Preparativos

Las mujeres siempre se quejan de que no prestamos atención a los previos, que vamos al grano. No digo yo que no haya gente así, pero generalizar es tan injusto. También se quejan del post, pero de eso ya hablaremos otro día.

Ocurre a veces que uno sale de marcha con los amigos, a reírse y eso. Pero las cosas se tuercen y acaba uno haciéndole el amor a una desconocida o hasta follándosela, en vez de estar disfrutando con ellos. Menos mal que esto ocurre poco, si no los tíos no saldrían tanto y los bares no serían un negocio tan lucrativo.

Afortunadamente, lo normal no es eso. Lo habitual es disfrutar de la música o de tu combinado favorito mientras comentas la semana con los colegas. Cuando terminas, ya puedes empezar a hablar de las tías que por allí andan. Nada de hablar de sus tetas o culos, más bien de si parecen simpáticas o tienen pinta de cocinar bien, o tratar de adivinar su grupo musical favorito en función de los complementos que adornan su ropa.

Pero no todos somos así. Tengo una amigo que sale a ligar. ¡A ligar en un bar! Yo no entiendo nada, pero cada uno con sus cosas, oye. He oído que hay gente que liga en las bibliotecas, hipermercados, gimnasios y hasta máquinas de café de las oficinas. Sitios raros, sin duda, pero nada tan raro como ligar en un bar. ¡¿A quién se le ocurre?!

Le pregunto cómo es posible que salga cada noche a tratar de follarse a una desconocida en lugar de estar tan tranquilamente con los amigos de charleta. Él me tranquiliza, me dice que no sale a eso, porque a él, lo que de verdad le gusta son los previos, los preparativos. ¡Nada de salir a por una chica y aquí te pillo, aquí te mato! Todo esto a mí me deja mucho más calmado. Mi amigo sale para conseguir que una chica le deje su teléfono y poder por tanto quedar en quedar y así tirarse toda la semana de preparativos, que es lo que le hace gozar.

El otro día estuvo en la costa y en vez de estar con los amigos consiguió el teléfono de una chica del interior, pero de otra ciudad distinta a la suya. Estaba contentísimo. ¿Por qué? Es evidente. Si consigues un teléfono de una chica de tu ciudad puedes preparar durante la semana, como mucho, un restaurante, un sitio de copas con música en directo y poco más. Pero si es de fuera... ¡Bendita providencia! Necesitas buscar hotel, planificar la ruta y compararla con el tren y el avión, hacer itinerarios alternativos. Puedes hasta comprarte una guía de la zona y organizar rutas turísticas... Mi amigo estaba encantado, sólo de pensarlo casi se olvida de despedirse de ella.

El domingo de vuelta a Madrid planificaba cuándo sería el momento óptimo para llamarla, los puntos de la conversación que mantendrían, contestaciones para sus posibles respuestas a las diferentes proposiciones. Al llegar a casa se puso a navegar por la red en busca de hoteles y restaurantes, entró en páginas web de mapas de carreteras y línea aéreas... Estaba tan feliz. El miércoles estaba listo con un plan perfecto y varios alternativos. Estaba preparado para llamar. Y llamó: 

-         ... así que me encantaría invitarte a cenar el viernes. ¿Qué te parece?

-         Verás... Es que tengo una vida un poco complicada. Estoy separada y el fin de semana me toca quedarme con mis dos hijos. -         Entiendo, no te preocupes, lo dejamos para otra semana que puedas...

Algunos dilectos lectores pensarán que mi amigo estaba hundido por esa respuesta. Todos sus planes al traste. Pues no, se equivocan. Aquel “no” significaba que tenía otra semana más para seguir planificando. Inmenso placer. Pero no sólo eso: planificando para cuatro personas. Rápidamente entró en páginas de parques de atracciones, museos al aire libre... Un mundo de oportunidades se abría ante él...

Cuando me contó esto le recomendé inmediatamente que hiciera dos cosas. En primer lugar acudir al médico y en segundo lugar dejar su trabajo y poner una agencia de viajes.

Maquetas

Desde pequeño me ha gustado armar cosas. Primero fueron los puzzles. Fáciles, de nueve piezas y con muchos colores. Hay niños a quienes les gusta deshacerlos cuando están hechos. A mi no. A mi me gustaba contemplarlos y no dejar que nadie los tocara. Empecé con unos de nueve y acabé por miles de piezas.

Después fueron los mecanos. Seguía escrupulosamente las instrucciones de montaje y una vez construida la máquina infernal, no jugaba con ella, me limitaba a mirarla. La dejaba en una estantería para que nadie la tocase y pudiese yo contemplarla.

Lo mismo ocurrió con los castillos. Me encantaba montar sus murallas y puentes levadizos, colocar a todos los soldados en sus almenas y a la princesa en la más alta torre. Y así, quedarme mirando la obra terminada.

Mis aficiones se fueron complicando. Por mis manos pasaron también puzzles de madera tridimensionales, trenes eléctricos y finalmente maquetas de barcos. Lijaba las piezas, las encolaba, clavaba los clavos dorados en la cubierta, ataba las velas a los mástiles…

Desde que empecé, con los puzzles, hasta terminar con las más complejas maquetas, disfrutaba muchísimo durante el proceso. Pero una vez terminadas me ocurrían que ya no me entretenían. Una vez revelados sus secretos perdía el interés. Sin embargo no quería que nadie las tocara.

Cuánto sufría si otro niño venía a jugar a casa y cogía los soldados del castillo y se ponía a jugar con ellos. Ay, ay, que me va a romper la muralla. Cuidado con la torre…  Con lo que me ha costado levantarlo…

Si es usted un dilecto lector fiel sabrá ya por dónde van los tiros. Conquistar a una mujer es infinitamente más difícil, y por tanto infinitamente más gratificante, que montar el más grande de los castillos pieza por pieza. Hace tiempo que no construyo ninguno, ni termino ninguna maqueta, ni completo ningún puzzle. Me dedico a otras cosas más complejas. Lo malo de las mujeres es que no puedes meterlas en una urna y contemplarlas sin más una vez conquistadas. No son maquetas inertes. Pronto vendrá otro niño que querrá jugar con ellas. Hace muy poco perdí una maqueta. Sin querer, o queriendo… Qué más da. La dejé olvidada en la estantería. No es la primera que pierdo. Pero cada una es única y duele cuando se la llevan.

Sólo me resta esperar que esté mejor en otras manos y que un día me traigan una que no me canse nunca de montar. Disculpen la frivolidad.

 

La ventanilla (Cuento de Navidad)

Tengo un amigo al que hacía tiempo que le rondaba una historia en la cabeza. Quería contármela y que la escribiera aquí, pero no veía la manera más adecuada. Le sugerí que quizás esa historia no había terminado y no sabía como concluirla porque le faltaba ese final que hiciera que todo cuadrara. Mi amigo negó, estaba seguro de que había acabado…

“Sigues teniendo el mismo coche”, le dijo ella. “Sí, así es. Aún está nuevo, lo único que necesita es que lo lave, ya ni me acuerdo de cuanto hace que lo llevé por última vez”.

Parecía que todo había terminado, pues desde que se borró la agenda de su móvil por accidente hacía ocho meses, no le había vuelto a llamar. Pero el día de Nochebuena recibió un sms de un número desconocido felicitándole las fiestas y resultó ser ella. Antes de que terminara el año volvieron a verse.

No fue fácil encontrar un día porque hay que ver a mucha gente en estas fechas. Además un colega del trabajo le había convencido para salir por el centro varias noches, que hay mucha extranjera pasando las Navidades en Madrid y hay que aprovechar…

La última vez que conoció a una extranjera fue en otoño. Una argentina con un pelo tan rubio como claros eran sus ojos. Una monada. Pasearon por el centro mientras él le enseñaba los lugares más pintorescos, con explicación incluida. Pasaron juntos unos días inolvidables. En una ocasión ella le dijo “dejo un beso en el cristal del carro para que te acordés de mi”. Y allí quedó marcado resaltando sobre el cristal empañado.

Las historias son a veces independientes, otras paralelas y otras, como las torres de la Puerta de Europa, si las prolongas, acaban cruzándose.

Junto a cada torre hay un hotel. La última noche que pasó mi amigo con la chica cuyo número perdió a las pocas semanas, lo hizo en uno de los hoteles, mientras que una de las noches que pasó con aquella preciosa argentina lo hizo en el de la otra torre. Podría pensarse que es aquí donde las historias se cruzan, pero no, sólo se acercan. Aunque bien pensado, esto es pura casualidad…

Volvamos pues a nuestra chica del sms por Navidad. Antes de acabar el año encontraron un día en el que verse. Se tomaron algo en un acogedor sitio con cómodos sillones y luego él la llevó a su casa. Allí se despidieron. La verdad es que tardaron un poco en despedirse. Tanto que los cristales se empañaron.

No sabemos si ella se dio cuenta, pero al ver aquel beso pintado en la ventanilla a mi amigo se le revelaron muchas cosas. En primer lugar que no lavaba el coche desde Septiembre. Pero además descubrió con gran pesar que yo tenía razón y que no podía contarme aquella historia porque no había terminado. Hasta entonces, ahora todo cuadraba. La chica del mensaje se lo había enviado para que se viesen y él descubriera así el beso en el cristal que terminaba con la historia de la argentina.

Pero no sólo eso, era aún peor. Si finalizaba una historia, con ella acababa la otra también. Se entristeció al comprender que, como con las torres, había prolongado ambas historias y ahora que se habían cruzado por fin las dos terminarían.

“Hasta luego guapetón. No vuelvas a perder mi número…”. Se despidió ilusionada.

"Adiós, preciosa…”. Respondió él resignado. Volviendo a casa con los cristales desempañados, ocultando el beso como un mensaje escrito con jugo de limón, vio la luz en la oscura noche del invierno madrileño, halló la solución para evitar que ambas historias terminasen.

Desde entonces cada vez que lava el coche pide que no limpien aquella ventanilla.

 

No es fácil tenerlo claro

Venía un amigo tan contento un lunes por la mañana. Todo el mundo sabe que si uno viene con sonrisa de oreja a oreja un lunes temprano no es porque se haya pasado el fin de semana en la cama con gripe y venga descansado, sino porque ha pillado. Así que no nos quedó más remedio que desentumecer nuestros pesados párpados a base del deseado interrogatorio.

 
Para la desdicha de mi amigo pillar es un verbo polisémico:
 

- ¿Qué has pillado un teléfono? ¿Y ya? ¿Y por eso estás tan contento? A ver, a ver, cuéntanos esa historia...

 
Andaba él con un par de colegas de bar en bar por una capital de provincia de las más animadas que hay, cuando se cruzaron con una niña muy mona que por allí pasaba en soledad a las tantas de la mañana. En un atisbo de lucidez le espetaron el clásico “nosomosdeaquidondehayqueirahora”. Ella era una francesa que estaba de Erasmus. ¡Oh,  divino tesoro! Paremos un momento a reflexionar sobre las palabras clave. Francesa. Erasmus... Respiramos un momento y seguimos. Ella muy amablemente les explicó dónde ir y también que ya se iba a casa. Uno de ellos le dijo “vente”, y ella dijo “no, ya me voy a casa”. Mi amigo le dijo “vente”, y ella dijo “para estar hablando en la calle me voy a tomar una copa contigo”. Hasta este punto entiendo que mi amigo no lo viera claro. Después charlaron los dos solos durante una hora. Apartados del resto. Él le pidió el teléfono, y ella se lo dio. Él aún no lo tenía claro. Siguieron charlando, todos se fueron, charlaron más. Él no lo tenía claro. De hecho creyó que ya había cumplido y se fue tan contento como triste se fue ella a casa. Al día siguiente, tan feliz, se volvió a su ciudad natal. Sin llegar a haberlo visto aún claro. Hasta el lunes a la hora del café...
 
Una francesa de Erasmus que se va a ir a casa y decide tomarse la última contigo (que no con tu amigo) no tiene como objetivo darte su teléfono después de hablar contigo a solas durante una hora.
 
Claro que hay casos más graves. Seré breve, porque la historia es tan larga como buena. De hecho se ha convertido en un clásico en las reuniones navideñas de mucha gente. Empieza como la anterior, pero además se ponen a bailar, muy juntos, muy juntos. Y él sigue sin tenerlo claro. Ella le invita a su casa pero él no lo tiene claro. Ella va a ponerse cómoda y le ofrece a él darse una ducha. Como no lo tiene claro ella se empeña en darle de cenar. Él quiere pasta, pero ella no sabe hacer pasta. Él cena otra cosa. Después de cenar ella le sugiere que haga pasta para desayunar. Él sigue sin verlo claro y se va al hotel donde están sus amigos.
 
Hay que tener mucho cuidado, porque el asunto no es nada fácil. Otro amigo mío me contaba que el domingo se fue a cenar de tapas y beber unos chatos por el centro. Esa zona donde se mezclan tanto los lugareños como los turistas. Por allí andaban poniendo en práctica todo lo que habían aprendido en su último curso de cata cuando aparecen dos jovencitas con cara de no ser de por allí. Ellos se miran y rápidamente lo tienen claro. Pero se lo toman con serenidad, hay que controlar el tempo. Ellas a lo tonto se acercan y se ponen a su lado y les piden con cara de tonteo que les acerquen la carta de vinos, esa que está tan cerca. “Muchas gracias” dice una con toda intención. Ellos, experimentados en estas lides, lo ven claro. Segundos después su amiga le pide un cigarro a uno de ellos. Él se gira y le responde que lo siente, pero que no fuma. Mientras ambos se dan cuenta de que la amiga se está encendiendo uno... Ellos, como son muy retorcidos piensan que por qué les pide un cigarro a ellos si su amiga tiene... Lo tienen claro. Pero tranquilos. En lo que se piden otro tinto y se giran de nuevo las dos ya tienen cigarro. Por si alguien no lo tenía claro. En el momento en el que el camarero les trae la tapa a las chicas ellos deciden al unísono cuándo sentarse con ellas: en cuanto se la terminen. A eso llamo yo controlar el tempo, pero para eso hay que tenerlo claro. Otro chato. Disertación sobre cómo los ácidos contribuyen a equilibrar un tinto. De pronto un viento cruza el local. Antes de volver a peinarse otro ráfaga lo atraviesa. Un segundo después el camarero entra asiendo del brazo a una de las chicas, que tras disculparse un millón de veces paga la cuenta que debe y se va. No hay vinos tan blancos como la cara de los dos amigos.
 
No es fácil tenerlo claro.

El café

Era un café de esos acogedores, con su vela en cada mesa, poca luz y una tenue música en el ambiente. Siempre tenía un aroma mezcla del café y los tés que allí servían. Un lugar que invitaba a la charla tranquila arropado por los cuadros en venta que colgaban de sus paredes. Había además un espejo y algún otro adorno en ellas. 

Al fondo del todo había una mesa de madera, la más grande del local. Tenía un cristal y bajo él un mapa mundi. A la derecha la barra, subida un escalón respecto del resto, como si fuera el escenario de un teatro. En el patio de butacas poco más de una decena de mesas, para dos o cuatro personas, excepto una redonda en una esquina y la grande, la del planisferio. La barra tenía taburetes. Sentado en uno se oía hablar a un hombre en voz queda:

- Mira, en esa mesa fue Tes. Era muy guapa y lo pasaba muy bien con ella, cuando no hablaba del IRPF, claro... En aquella, la redonda, fue Des. Una pena que se fuera de la ciudad. Había tensión sexual en nuestras miradas, y cómo se le movía la coleta al andar… Eso si dejabas de mirarle el culo, que era lo mejor que tenía. Ah, fíjate, en aquella pequeña junto a la ventana fue Bec, la más jovencita. Un encanto de niña, la verdad. Sí, justo al lado de aquella, la de al lado de la puerta, qué frío pasé esa noche cada vez que la abrían. Ya te he dicho que en esa mesa empezó todo, pero no hablemos de eso más, no me trae bueno recuerdos… Otra caña, por favor. ¿Tú quieres algo?

El camarero miro extrañado porque no sabía con quién hablaba ese hombre, aunque juraría que lo hacía con ese bono de hotel manoseado y amarillento que tenía a su lado sobre la barra. Decidió no meterse en los asuntos de los demás y servir la cerveza sin más.

- Este camarero es nuevo. El que había antes me conocía perfectamente, no tenía que pedirle nada, él me lo traía. Un día me pidió una de mis camisas para colgarla en el local como homenaje, igual que con los deportistas. Mira, mira, es esa, la que está sobre la puerta. Aún la tienen ahí…

¿Ves esa mesa del fondo? Ahí estuve con la que vivía aquí cerca, me dio una buena charla sobre velas de colores y hechizos de amor… Mira que he aprendido cosas en estas mesas. En aquella estuve con la que vivía en Toledo, le gustaban las perillas suaves, o eso decía. Qué cosas. Claro, que para cosas curiosas, aquí mismo en la barra estuve con la que se hacía pasar por policía municipal. Una pena que nunca me quitara ninguna multa, ahora la echo de menos… Ay, y la Rubi…, el otro día la vi de copas. Pobrecita, qué rollo le metí en la mesa del mapa contándole mis viajes por aquí y por allá…

En silencio seguía con la vista las mesas, recordando las chicas con las que estuvo sentado en cada una. Cada mesa tenía un nombre. O varios. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Ahora, nostálgico, se toma un par de cañas mientras le cuenta sus glorias pasadas al bono de hotel que le caducó porque no encontró con quien usarlo.

Paga la cuenta y se va. Antes de salir sujeta el pomo de la puerta y durante unos segundos mira de nuevo el interior del café. Un suspiro se le escapa. Al cerrar no se da cuenta de que el golpe hace que la camisa se descuelgue de la pared para siempre…

Dudas

Hay ocasiones en que no se tienen claras las cosas. Un conocido que ya no está entre nosotros y del que aprendí muchas cosas decía en una ocasión que siempre hay que actuar sin dudar. Estoy casi de acuerdo. Lo ideal es no tener dudas al tomar una decisión, pero a veces eso es imposible. De hecho me parece raro tomar una decisión sin dudar.

Hay teorías estadísticas muy complejas para predecir resultados entre un abanico de escenarios posibles cada uno con su probabilidad asociada, pero al final siempre queda flotando la duda. También existe un método de aprendizaje, el prueba-error. No sabes cual va a ser el resultado, pero si pruebas y falla, ya sabes que no es ese y pruebas otra cosa. En según que momentos es de mucha utilidad. Si estás escribiendo líneas de código de un nuevo desarrollo de software es muy útil, si estás operando a corazón abierto no tanto. La duda metódica está bien practicarla alguna vez en la vida, pero no se puede ser un indeciso eternamente, hay que salir de este circulo vicioso.

Como uno sufre cuando duda, si veo que alguien está dudando y en mi mano está el poder aclararle un poco pues trato de tenderle mi ayuda. Hay quien piensa que esto es ser buena persona, mientras hay quien opina que es meterse donde no te llaman...

El otro día un amigo me contaba que se topó una noche con una jovencita muy mona. Charlando que te charlarás, resultó que la tal señorita tenía un novio.

- ¿Un novio? ¿Desde cuando tienes a ese novio?
- Tres meses...
- Eso ni es un novio ni ná. Eso es un rollo largo...

Llegados a este punto podrían haber ocurrido dos cosas. Una que la señorita se hubiese mostrado muy segura y por tanto ofendida al insinuar mi amigo que no eran tan novios como ella pretendía. O pasar lo que pasó: en su cara se dibujo la sombra de la duda... Y a mi amigo, como a mí, estas cosas le parten el corazón. Es que no puede ver a nadie atormentado por la duda, así que se dispuso a ayudarla.

Le explicó serenamente y con ejemplos que una buena forma de aclararse sería liarse con otro. Esto podría tener dos resultados posibles que en el fondo son el mismo: darse cuenta de que el presunto novio lo era en realidad o que sólo merecía el nombre de rollo largo. Es decir, el resultado es que lo tendría todo mucho más claro.

Pareció indignarse un poco, pero poco la verdad, en realidad la duda crecía en su interior. Puso excusas peregrinas: le preguntó al chico que opinaría él si su novia le hiciera lo mismo. Él, que lo tenía mucho más claro, le respondió que si su mejor amigo se liaba con su novia y ésta le dejaba por ello, a ella no tenía nada que decirle y a él tendría que darle las gracias por haberle abierto los ojos a ambos.
Ella se resistía a caer bajo el influjo de tales palabras. Estaba con su chico porque quería. Estaba muy segura de ello. O no tanto...

- ¿Nos tomamos un café un día de estos?
- ¡Pero bueno!, ¿Qué iba a decir mi novio?
- Creo que tu novio no tiene que enterarse. De todos modos deberías decidir por ti misma si quieres tomar un café conmigo, y no decidirlo según lo que opine tu novio...
- Pero que morro tienes, jajajá...
- ¿Morro? No sé tú, pero yo hablo en serio. Mira, déjame tu teléfono, te lo piensas esta semana, te llamo y me cuentas.
- Mmmm, bueno, vale...

Algunas preguntas interesantes: ¿Es mi amigo un liante? ¿Sembró la duda en ella, o como Sócrates a sus discípulos le hizo ver lo que tenía dentro? ¿Ella lo tenía claro antes de la charla? Creo que el momento en que se generó la duda es irrelevante. El hecho es que la tiene y sólo hay un modo de disiparla.

Intercambio de SMS:
- ¿Nos tomamos mañana ese café que me prometiste el sábado?
- Mañana creo que después del trabajo tendré un ratito para tomar ese café.

Ahora sí que tenemos una duda: ¿Por qué va ella tomar ese café? Espero que mi amigo nos la disipe cuanto antes...

Fumar mata

Tengo un amigo que es un poco golfo. O eso dice la gente, yo no lo veo para tanto. Total, porque le guste salir de copas y conocer señoritas con las que luego quedar a tomar una caña... Pero ya se sabe que a la gente le gusta mucho hablar.

Esta semana ha quedado con una señorita el miércoles y con otra el jueves. Para tomar una caña, se entiende. Porque el viernes y el sábado, si es posible, es mejor dejarlos libres, para hacer nuevas incorporaciones a la agenda y tener los miércoles y jueves siguientes rellenos sin tener que hacer arqueología telefónica, aunque a veces no le queda más remedio.

Últimamente ha cambiado su modus operandi. Antes las llevaba siempre al mismo café, uno de esos con luz tenue, velita en la mesa y chill out sonando de fondo. El camarero estaba a punto de colgar en la pared una camisa suya a modo de homenaje. Ahora, en un acto a medio camino entre el progresismo y el hartazgo, se deja llevar donde ellas digan, si es que dicen algo, porque hay cada una...

Antes, utilizando todos los recursos que las partidas perdidas le habían enseñado, trataba, con éxito dispar, o no tanto, de rematar en la primera noche. Bien pensado, si después de haberse conocido a altas horas de la madrugada les quedaban ganas de repetir sería por algo y no es cuestión de perder el tiempo. Claro que el ser humano, en su búsqueda de la excelencia convierte cualquier tarea repetitiva en arte, aplicando sucesivos refinamientos creativos. La capacidad de abstracción de la que estamos dotados hace que separemos lo circunstancial de lo esencial para dedicar nuestros esfuerzos sólo a lo último. Vamos, que mi amigo se aburría y ahora lo que hace es, una vez que ha visto que ella está en el bote ( lo esencial), se va a su casa sin intentar siquiera rematar (tarea repetitiva derivada de lo esencial). Llámenle perverso si quieren. Seguramente le encante.

Es un poco como los viajes de trabajo. Al principio de tu vida laboral estás deseando hacer uno. El primero te encanta, el segundo también. A partir del tercero estás cansado. Después lo que te apetece es que te convoquen (lo esencial) pero escaquearte (por tedioso).

Esta semana estaba contento, porque había quedado con dos chicas bien diferentes. Esto promete, se decía. Cada una parece interesante a su manera.

Con la primera fue a la cervecería que ella propuso, encantado. Tomaron unas cervezas y unos pintxos, que era vasca, la cervecería. Y charlaron de esto y de lo otro. Es decir, la conversación giró en torno a los tópicos que en esta década sin nombre rodean a los solteros que rondan la treintena: trabajo, pisos, viajes y juerga nocturna. Mención a parte merece una gran frase que ella dijo: “...ya sabes, es que el tabaco es muy social”. Semejante perla se merece un artículo entero en un blog. La chica era divertida y mi amigo se echó unas risas. Luego tiró un poco de manual, se la metió en el bote y entonces... para casa. Hablamos. Hablamos.

Hay quien piensa que resulta un poco irónico llamar tópicos a los temas de conversación de antes. ¿De qué vas a hablar si no? Imagina que quedas con una roja feminista radical que te habla de federalismos y te explica que el problema no es sólo nominal, sino de concepto, mientras te riñe por tratar de abrirle el bote de zumo de melocotón que se ha pedido, porque ella entre semana no bebe. Hay quien saldría huyendo. Pero mi amigo, a parte de ser un poco golfo, es también un poco raro, y prefiere algo así, por infrecuente, a que le cuenten la misma cantinela de siempre. De hecho se quedó un poco tocado cuando la especialista en federalismos no quiso repetir más.

El jueves quedó con la segunda, muy diferente a la del día anterior, en la cervecería a la que ella le llevó, encantado. Tomaron unas cervezas y unas tostas muy ricas. Y charlaron de lo otro y de esto. Es decir, trabajo, pisos, viajes... Uff, ¿cómo es posible que dos personas tan diferentes cuenten exactamente lo mismo? La chica era mona y de trato agradable, y mi amigo es un profesional, así que a pesar de estar un poco aburrido, cuando salió el tema juerga nocturna, muy bueno para comenzar un ataque, sacó el manual y lo puso sobre la mesa. Estaba con el piloto automático respondiendo “sí”,“ajᔠo “mmm” mientras buscaba las frases más adecuadas en el manual. Entonces ocurrió algo funesto que terminó con mi amigo. Ella dijo: “... ya sabes, es que el tabaco es muy social”. Le entró una risilla floja incontenible, un poco esquizofrénica. Cerró el manual, apuró la caña y pidieron la cuenta. Se despidieron hasta otro día. Hablamos. Hablamos.

Acto seguido me telefoneó: “Tengo una historia para tu blog”

Operadoras

En un mercado maduro como es el de la telefonía móvil, las operadoras le tiran los trastos a los clientes de sus competidores para llevárselos al huerto. Como todo el mundo tiene móvil ya no se trata tanto de hacer nuevos clientes sino de atraer a los antiguos de otras compañías.

Nadie sabe cómo, pero la operadora de la competencia se hace con tus datos y te llama ofreciéndote el oro y el moro para que te cambies, conservando tu número claro. Tengo amigos que lo hacen periódicamente y cambian más de móvil que de camisa. Los tienen de última generación con cámaras infrarrojas y blutuces y toda la mandanga tecnológica. Creo que hasta pueden llamar por teléfono...

Tengo más amigos. El otro día charlando en la comida con uno me comentó que se había cambiado de operadora. ¿Y por qué? ¿Alguna oferta? ¿Estás descontento con el pobre servicio que te dan? Nononononono... Se había echado una novia y ella era de una operadora de la competencia. De hecho él era de la compañía que era por su última ex. No me digan que no les ha pasado esto nunca o que no conocen a nadie a quien le haya pasado. Esto es lo que yo llamo poner la carne en el asador, comprometerse vamos. No es lo mismo que pasar por la vicaría o comprar un piso a medias, pero es un comienzo... Ahí hay amor... No entraré, porque hoy me siento benévolo, en por qué cambió él de operadora y no ella...

El amor a veces no dura para siempre, pero lo del cambio de compañía es una declaración de intenciones. Si luego no funciona pues se cambia de operadora, se divorcia uno, que ahora está tirado, o se vende el piso, que mientras no estalle la burbuja seguirá siendo un buen negocio. Lo de comprarse un piso con alguien, irse a vivir juntos, separarse a los pocos meses, vender el piso y repartirse las plusvalías y reinvertirlas con otra persona en otro piso puede considerarse negocio especulativo cuando se hace más de dos veces. Se han dado casos...

Lo de cambiarse, de todos modos, es un engorro. Tienes que andar llamando, comparando precios y ofertas, mirando bandas horarias, consumos medios, sistemas de puntos, etc... Hay gente que en la noche, para luego evitarse tanto trámite, sustituye el “¿estudias o trabajas?” por “¿cuál es tu compañía de móvil?”. Parecerá un poco extremista y que no va a tener mucho éxito, pero todo depende de la gracia con la que lo digas. Además puestos a hablar de telefonía pues ya que te dé su número, si no es de la competencia, claro...

Por último una sugerencia para la fidelización de clientes. Si tus clientes se van porque su pareja está en la competencia lo que tienes que hacer es emparejarlos entre sí antes de que ellos se encariñen con los de otra operadora. Propongo una alianza estratégica entre las compañías de contactos y las operadoras de telefonía.

Sistemas de información

Hace poco he comenzado un curso sobre Sistemas de Información que promete ser la mar de interesante. Se tocarán temas apasionantes como Wimax, blogs, ERPs, e-commerce y otras lindezas por el estilo que van a cambiar el mundo de aquí a poco. De hecho ya lo están haciendo. La tecnología en sí misma, ya lo saben, me parece fría y aburrida. Son sus aplicaciones y cómo influyen en el comportamiento de la gente lo que me interesa más.

Leía hace poco un artículo muy interesante sobre cómo una aplicación a priori secundaría de los teléfonos móviles se había convertido en una fuente inagotable de negocio. Los que me sigan un poco, si es que queda alguno, sabrán que me refiero a los SMS. Tengo cierta debilidad por este medio de intercambio de información que nos ha dado tantas alegrías como penas.

Los grises ingenieros que idearon el tema no fueron lo bastante visionarios para darse cuenta del impacto que produciría en los adolescentes (tómese esta palabra en sentido amplio, es decir, hasta los treinta y tantos) el acceso a esta tecnología. En este blog pueden encontrarse varios artículos sobre el asunto.

Los mismos grises ingenieros han debido ser los que han inventado el bluetooth. ¡Madre mía! Con la de posibilidades que tiene el asunto y lo capan tecnológicamente. Mal, muy mal. Veamos un ejemplo. Entras a un bar de copas. Activas tu bluetooth. Seleccionas “Buscar dispositivos a tu alcance” (maravilloso eufemismo). ¿No lo han hecho nunca? No me lo creo. Prueben. ¿Y ahora qué? Ahora te gustaría poder comunicarte con ese dispositivo a tu alcance. Imaginen las posibilidades: recibes un mensaje de alguien que está en el bar pero ninguno sabe quien es la otra persona... Pues no puedes mandarle un mensaje, ni un archivo, ni una seña, ni nada... porque para hacerlo has tenido que ponerte de acuerdo previamente. Adiós al morbo. Así no se puede hacer bluetoothing ni nada, ¡coño! Y no me vengan con tonterías de privacidad y cosas así, que eso también tiene una solución tecnológica muy fácil.

No se ciñan a un bar, abrán sus mentes... Museos, supermercados, trenes, iglesias... Un mundo entero por explorar con tu bluetooth... ¡Qué alguien saque de copas a esos ingenieros del bluetooth por Dios!

Desde luego las nuevas tecnologías han cambiado la forma de relacionarnos. No me digan que nunca le han tirado los trastos a nadie por email... O se los han tirado. ¿No? Prueben, prueben... Conozco a uno que consiguió una cita por email, o varias... La gente ya no pide el teléfono: “Mañana miro en mi pda y cuando encuentre un gap te pongo un email y nos tomamos una caña a la hora del brunch” Felicito a los que sólo hayan entendido la palabra “caña”. Desgraciadamente tecnología punta y gilipollez supina suelen venir unidas últimamente.

Claro, que mirando la otra cara de la moneda, también tengo amigos a los que han dejado por email y ¡hasta por SMS! Espero que no les pase. Lo de que les dejen. El medio es lo de menos. ¿O no? ¿Es peor un SMS o un email? Y si es por email, ¿es peor escrito directamente (sin texto enriquecido, dicen) o con un archivo adjunto? ¿Se imaginan que reciben un pdf? El colmo sería un pdf de una carta manuscrita...

¿Es más fácil escribir un email o hacer una llamada o decir las cosas cara a cara? ¿Qué es mejor? Hay opiniones para todo, y cada caso es diferente.

Ciego se cita a ciegas

¿Han estado en una cita a ciegas? Suele ser bastante engorroso, por todo lo que rodea a la situación. Claro que hay gente a la que le va la emoción de lo desconocido. Es menos emocionante que la ruleta rusa, pero tiene su gracia.

Uno que es menos osado y bastante tímido según para qué, prefiere buscarse las habichuelas por sus propios medios. Alguna vez me han metido en una encerrona y lo pasé regular. “Vente a cenar a casa, que vienen unos amigos...” “Bueno, vale”, responde uno ingenuamente. Al llegar, en efecto, había amigos, un número par de amigos y una chica suelta. Basta contar un poco para darse cuenta de que en la mesa hay dos pares y dos nones. Además por casualidad te ha tocado sentarte su lado: “No, no, ese no es tu sitio. Tú ponte aquí, justo al lado de ella, que seguro que tenéis mucho de lo que charlar...” Toma ya.

La chica no estaba nada mal, además tenía una conversación inteligente y amena. ¿Pero cómo se quita uno la losa (y cómo se la quita ella) de la cita a ciegas? No se puede, así que todo resulta forzado y artificial. Una pena.

Así que prefiero un clásico. Chico conoce chica en un bar, y después de unas risas se remata o en su defecto se pide el teléfono para rematar otro día. Sería precioso, ¿verdad? A veces ocurre, no digo que no. Pero muchas otras hay que bregar con la inestimable compañía de la sempiterna amiga murciélago. Esa amiga “notanguapa” que la acompaña como Sancho a Don Quijote y no se va ni con agua caliente. Además decide si le gustas a su amiga o no y hasta la hora de irse, juntas. En fin, si se han topado alguna vez con las amigas murciélago sabrán de qué hablo.

He desarrollado una técnica para anular su efecto maligno. En lugar de ignorarla e intentar aburrirla para que se pire y nos deje solos, lo cual no ocurre nunca porque no tiene nada mejor que hacer que impedir que su amiga ligue y la deje sola, pues le doy coba tanto como a la que me gusta. Así te ganas su confianza y baja la guardia. Al principio ellas no deben saber cuál de las dos te interesa, y sólo cuando estén confiadas debes hacer ver con claridad por quién estás allí.

Una vez se acerca la hora de la despedida (porque si está con el murciélago no hay nada que hacer, así que mejor sacar el móvil y quedar otro día a solas) te haces el supermajo y dices que hay que repetir una noche tan divertida, y bla, bla, bla... Con un poco de gracia les sacas el móvil a las dos y quedas de lujo. Aunque tú sólo vas a usar uno, el de la que te gusta de verdad.

Primera fase cumplida con éxito. Luego llamas y quedas con ella.

“¿El jueves te viene bien?”
“Sí, perfecto. Pero no hasta muy tarde, que el viernes madrugo”
“Claro, claro. Yo también madrugo.” (Lo que tú digas, guapa. Luego ya veremos...)
“Y además el viernes me voy de fin de semana con mi amiga. ¿Te acuerdas?”
“Sí, sí...”

Entonces te asalta la duda. ¿De los dos teléfonos has llamado al correcto? ¿Estás quedando con la que realmente querías o estás hablando con el murciélago? Ay, madre...

Por ir tan ciego el día que las conocí ahora tengo una cita a ciegas. Y me la he buscado yo solito...

El arte de la jardinería

De un tiempo a esta parte me he interesado por la jardinería. Tener un bonito jardín es muy satisfactorio. Te plantas allí en medio miras a tu alrededor y te sientes orgulloso del trabajo bien hecho.

Cultivar un jardín requiere de gran número de conocimientos. En primer lugar has de buscar sitios donde conseguir tus plantas. Suelen estar bien identificados, si no quieres nada exótico. Pero si quieres algo especial te costará más encontrarlo. Tienes que saber como plantar cada variedad, como regarlas y abonarlas, podarlas... Has de saber cuándo recoger frutos y qué especie es mejor para cada época del año. Si son de exterior o de interior. Cada una tiene una forma de tratarla, no es lo mismo una rosa recién florecida que un árbol centenario. Hay que tener en cuenta algunas consideraciones tales como que algunas plantas no quedan bien al lado de otras o que hay que mantener una distancia mínima entre dos plantas, para dejarlas espacio necesario para que se desarrollen adecuadamente. No suele ser bueno que crucen sus hojas o ramas.

Mantener un buen jardín es complicado y laborioso. La complejidad crece con el número de especies. No es lo mismo regar un solo cactus que cuidar de los jardines de un palacio dieciochesco. Pero ambos tienen en común una cosa: si no los cuidas se marchitan poco a poco. Y todo el trabajo que invertiste en el empeño puede irse al traste en pocas semanas. Es algo que hay que cuidar constantemente.

Las agendas telefónicas son como los jardines, cada entrada es una flor. Si no les prestas atención poco a poco la relación se marchita. Si cuesta hacerse con un jardín de la nada, más complicado es revivir uno muerto. Rieguen sus agendas a menudo, antes de que se conviertan en áridas parcelas.

Una cerveza. O varias.

Vayas donde vayas encuentras cerveza. A la gente le gusta. Alguna razón habrá para que desde hace siglos nos venga gustando.

Hay gente que siempre se pide una caña. No me extraña en absoluto. Bien tirada, fresquita, con su espuma... Da igual donde vayan, siempre fieles a su caña. Es que no les apetece otra cosa. Qué felicidad. ¡Una caña, por favor!

La cerveza es que está muy rica, oye. Ocurre a veces, que cuando a uno le gusta algo, pues le da a uno por probar sus variantes. Al principio todo bebedor es inexperto, y le dan gato por liebre o se bebe lo que le pongan. Pero con el tiempo el ser humano, no sólo en lo que a cerveza se refiere, se vuelve refinado en sus gustos. Va definiendo su perfil, lo que le va y lo que no. Cerveza negra, rubia o tostada, con más o menos graduación, de cebada o de trigo, alemana o danesa... Cuanto más se prueba, ocurren dos cosas: la primera es que más te gusta la cerveza y la segunda es que te vas haciendo más exigente. Así que la cerveza te encanta, pero también eres muy meticuloso a la hora de elegirla. Se produce pues una interesante paradoja: ¿Cómo disfrutar de algo que realmente sólo te agrada si es excelente? Desde luego produce cierta frustración. La vida es mucho más fácil si te quedas con tu cañita de toda la vida.

Pero hay más fuentes de infelicidad por desgracia. Las mejores cervezas, las más refinadas, las más apetecibles por el verdadero experto, no son fáciles de conseguir. Sólo están al alcance de unos pocos. Además cuanto más escrupuloso eres eligiendo tu cerveza, más cualidades has de reunir tu mismo. Para ser capaz de valorar todas sus características necesitas preparación. Nadie aprecia de veras una ópera sin haber estudiado música. Así que dos factores cuentan, cuánto cuesta conseguirlas y la preparación necesaria para disfrutar de toda su complejidad.

Llevando al extremo este razonamiento, ¿qué ocurre si uno desea una cerveza llena de prestaciones y sólo puede tener acceso a la cañita que tan bien tira el camarero del bar de la esquina? Que vamos mal, amigos.

Llegados a este punto que nadie se lleve a engaño. La mejor cerveza, en mi opinión, no es la que tiene la botella más atractiva o el precio más caro. No son factores que midan la calidad para mí. Pero todo esto es muy subjetivo. También creo que un buen embotellado no disgusta a nadie y que si el precio es alto merece la pena, al menos para mi que soy un escéptico, preguntarse por qué.

Hay gente que nunca tuvo una cerveza única, desde el principio fue probando marcas. Otros sin embargo, tuvieron su caña preferida y un día se aventuraron a probar otras. Da igual que les gustase la experiencia y siguiesen probando más, dejando atrás sus inicios, o que, por el contrario, volvieran a su caña de siempre: la experiencia marca. Ya nunca te sabe igual la primera, una vez has probado otras.

Finalmente he de confesar que envidio a la gente feliz, es decir, a la que está contenta con lo que tiene: ya sea su caña de toda la vida, la primera que probó y a la que es fiel desde entonces; o a aquel que tras probar una infinidad de variantes eligió a la que mejor se adataba a su paladar. Otros no están nunca (o aún) satisfechos, da igual si lo reconozcan abiertamente o se engañan a sí mismos.

No me tengo por un experto, digamos que simplemente soy curioso, así que en la medida de lo posible trato de saciar mi curiosidad con un trago de vez en cuando. Algunas de las cervezas que me he llevado a al boca han sido mejores que otras, pero de todos los sorbos se aprende. Incluso de los malos tragos.

De caza

Los cazadores lo saben bien: si vas a matar un pato de la bandada, que sea el que va el último, o los demás se espantarán.

Si disparas al primero, aunque no le mates, sólo le hieras, todos los demás sabrán que hay un cazador cerca, se asustarán y dispersarán. Tu gozo en un pozo.

Como las matemáticas me pueden, tengo que analizar todos los casos posibles, perdónenme los lectores de letras. Si hay n patos, además de elegir disparar al último o al primero, con jugosas o nefastas consecuencias, podemos elegir disparar al k-ésimo (con k menor que n, para ser puristas).

La vida no es tan simple como que si disparas al k-ésimo los n-k de atrás se dan por enterados y aún te quedan los k-1 como presas futuribles. No, no. No se lleve a engaño el lector. Si disparas al k-ésimo, al enterarse los n-k de atrás armarán tal revuelo y alboroto que los k-1 que encabezan la bandada acabarán por enterarse.

Extraigamos unas conclusiones sencillas pero contundentes. Si vas a cazar, que no se te note: el camuflaje es fundamental. No has de andar por ahí haciendo ruidos y dando alaridos que llamen la atención. Además has de tener la escopeta bien escondida, no andes por ahí enseñándola demasiado.

Después, una vez que estamos bien agazapados en nuestro escondrijo, has de seleccionar bien la presa. Va en función de tus intereses. Si quieres comerte toda la bandada ve cazando las aves desde el final al principio, para que no se espanten. Si realmente lo que te interesa es la k-ésima ave, esa de tan bello plumaje, y no te importa que el resto se espante (al menos la parte de atrás) dispara. Ahora bien, puede que te interese el ave que va primera: atina bien entonces, pues si va la primera será que es la más difícil de cazar y una vez errado el tiro habrás perdido todas tus oportunidades con el resto.

Finalmente amigos, otra reflexión. Hay cazadores con un perfecto camuflaje, con la escopeta brillante, la técnica adecuada y la presa elegida a conciencia con un criterio indiscutible. Pero llegado el momento de disparar... ¡no lo hacen! Pierden un tren que sólo para una vez... ¿Ustedes lo entienden? Hay veces que yo sí. Otras no.

Si están solas será por algo

Hay días que me tengo por un tipo de lo más normal, en el sentido de que no tengo nada especial, que hay muchos tipos como yo. Hay otros, sin embargo, en los que me parece que soy un tipo muy raro, ni especial ni diferente ni nada, raro y punto.

Tengo un amigo que es bastante cabrón y dice que si una mujer rondando la treintena está sola es por algo. Uno que es más abierto de mente opina que lo mismo podría aplicarse a un tío, y mírame a mí, no me pasa nada… ¿O sí?

Juzguen ustedes si soy raro o no, pero he pensado en cosas que no me gustan de las mujeres, y he hecho una lista. Igual soy muy exigente o quizás muy permisivo. A lo mejor son razones comunes o muy extrañas. Ustedes dirán…

Ahí va la lista, basada en mi corta experiencia, de cosas que NO me gustan de las mujeres. No están todas las que son, pero sí son todas las que están:

Mujeres que viven a más de 30 km de tu casa.
Mujeres que sólo tienen amigos maricas.
Madres con hijas que casi podrían ser tus novias. Madres en general.
Mujeres que quieren como mucho, mucho, besarte.
Mujeres que te quieren porque creen que tienes mucho dinero.
Mujeres que no te quieren porque creen que tienes mucho dinero.
Mujeres que no te quieren porque han dejado de creer que tienes tanto dinero como creían.
Mujeres que quieren engancharte para siempre a la segunda cita, o a la primera, o antes…
Mujeres que sólo follan por amor, pero todo lo demás lo hacen sin rechistar. Pero todo, todo, todo. Todo.
Mujeres con horario hostelero.
Mujeres que no quieren verte sobrias después de que se acostaran contigo borrachas, porque les da vergüenza.
Mujeres que sólo hablan de trabajo, por muy bien que follen.
Mujeres que para callarlas hay que meterlas en la boca la… lengua.
Mujeres que para que te des cuenta de que no quieren hablar contigo te ponen al habla con su máquina de escribir (no ordenador) y teclean con ímpetu.
Mujeres a las que les huele el aliento o el sudor con fuerza.
Mujeres con cinco novios, sin contarte a ti.
Mujeres en la crítica etapa de transición ente la vida estudiantil y la laboral.
Mujeres extremistas políticas, hacia cualquier lado.
Mujeres machistas o feministas, especialmente si lo son radicalmente.
Mujeres con un cociente Peso/(Altura x Altura) mayor que el mío.
Mujeres que te miran con los ojos muy abiertos todo el rato y les parece genial todo lo que haces y donde las llevas y lo que cuentas y … Y ellas no hacen nada más que admirarte.
Mujeres que tardan demasiado en despedirse una vez llegado el momento de la despedida y te obligan a decir cosas como: “Si no te bajas del cuello no voy a poder manejar la palanca de cambios”
Mujeres con el hermano durmiendo en la habitación de al lado.
Mujeres que te dicen: “Ya te llamo yo…”

Si alguna de vosotras incumple todos los puntos anteriores, por favor, aunque seguramente seas mi mujer ideal, NO te pongas en contacto conmigo, prefiero dejarlo al azar.

Peluqueras

Ayer me corté el pelo. Me gusta como me lo han dejado, lo cual no siempre ocurre. Cortarse el pelo es una experiencia arriesgada. Bien es verdad que es fácil eludir el riesgo. Tengo un amigo que cada mes va a cortarse el pelo a “la Neli”. No tiene ni que hablar, llega allí y “la Neli” se lo corta como siempre, como a él le gusta. Uno es más frívolo para estas cosas, también.

Me conozco a toda la plantilla de mi peluquería habitual. En la sala de espera rezo porque no me toque el tío pesado ese al que le gusta hablar con los clientes. No lo corta mal, pero es un plasta. Yo le dejo hablar, como a los taxistas y sólo respondo con sí, no, mmm o ajá, porque si le das pie es peor. Luego está la tía que peor me lo ha cortado nunca, no sólo por el resultado, nefasto, sino también el por proceso, irritante. Logró sacarme de mis casillas. Miro de reojo y compruebo que no está mi peluquera favorita, la que mejor me tiene cogido el punto, qué le vamos a hacer.

La peluquera que me tocó ayer me encanta, ya me lo ha cortado otras veces. La tía es fea, pero fea, fea y con una cara de mala leche que asusta. Y esas ojeras… He visto vampiros con aspecto más saludable. Parece que te va a clavar las tijeras en lugar de cortarte le pelo con ellas. Se dirige a mí con tono educado, pero seco: “Siéntese ahí, por favor, voy a lavarle el pelo”. Como para decirle que no, con esa cara. Entonces comienza a echarte el agua, luego el champú, momento en el que me rindo totalmente. ¡Qué manos tiene! Eso es un don, no se aprende. No te toca, te acaricia, no te frota, te masajea. Por fin te corta el pelo. Se toma su tiempo, lo cual agradezco. Da vueltas y vueltas, cambiando de instrumento de vez en cuando. Esas manos delicadas de finos dedos huesudos manejan la tijera y el peine con experta rapidez. Con candorosos movimientos vuela suavemente de las patillas a la nuca, de la coronilla al flequillo. Chas, chas, chas. ¡Madre mía, qué no pare nunca! ¡Qué manos! Una pena no ser como esas muñecas que les tiras del pelo y crece, volvería otra vez mañana a que me lo cortara ella.

Mientras ella prosigue con su diario quehacer miro su reflejo en el espejo y pienso: “si fuera más guapa y no fuera tan seca sería perfecta”. Entonces me doy cuenta de que no hace falta que sea perfecta. Pero es que nadie lo es. Sería absurdo no disfrutar de lo bueno que tiene sólo porque todo lo que tiene no es tan bueno. A veces hay quien pierde de vista idea, si es que alguna vez la tuvo. Hay quien discrepa profundamente.

Dejo al dilecto lector fiel que ponga en concordancia peluquera con pareja y pruebe a jugar con conceptos como cambiar de peluquera y ver qué resultados produce, comparando virtudes y defectos, o tener una peluquera que te tiene cogido el punto y por fin, encontrar tu propia Neli… Como venía diciendo, a pesar del riesgo soy un tanto promiscuo tratándose de peluqueras.

Pereza

Caminaba levemente embriagado para lo que es habitual en las últimas noches de viernes por las calles de Madrid. Cabizbajo, inmerso en un mudo soliloquio sin fin. Las cosas importantes se piensan a trocitos en pequeños momentos de soledad. Nadie se sienta a pensar, se hace sin querer. Una pareja pasaba a mi lado, justo cuando ella le decía a él: “Mañana nos tomamos un café a media tarde”. “Bueno, vale”, le contesta sin demasiada convicción. Aplazo mis reflexiones para preguntarme qué relación une a estas personas, pero me falta demasiada información para concluir nada, así que regreso a mi íntimo monólogo mientras paro un taxi con la mano.

A veces la pereza se confunde con la cobardía. La pereza es peligrosa, porque cuando se instala en tu interior, como una tenia, pasa desapercibida al principio, y luego es muy difícil librarse de ella. En ocasiones no hacemos algo no porque no nos atrevamos a afrontar las consecuencias de las reacciones que provoquen nuestros actos, sino porque la pereza que nos atenaza nos hace insoportable encararlas. Algunas relaciones terminan así, se las deja morir lentamente, porque el primero que siente el desamor no es capaz de superar la pereza que le invade al pensar lo que se le vendría encima si decidiese desvelar sus verdaderos sentimientos. ¿O es la cobardía que se disfraza de pereza? Quizás una leve embriaguez, por sus cualidades lenitivas, sea necesaria para contestar a algunas preguntas.

La gente se compra pisos o celebra matrimonios inmovilizados por la pereza (cobardía) que les corroe sólo de pensar el esfuerzo que supone sincerarse y detener la imparable maquinaria que avanza lenta e inexorablemente. Después llega el arrepentimiento y a los pocos meses los pisos se venden y los matrimonios se deshacen. Son ejemplos comunes, pero extremos. Los hay más cotidianos, como por ejemplo quedar a tomar un café con alguien que no te apetece sólo por la pereza (cobardía) que te da sustentar con explicaciones tu declinar. “Bueno, vale”.

No tengo piso ni esposa, así que en las frías noches de fin de semana, anestesiado por una leve embriaguez, trato de convencerme de que cuando quedo con alguien sin ganas es por pereza y no por cobardía, y que cuando decida comprarme un piso o contraer un matrimonio tendré suficiente valor para hacer lo que siento, en lugar de lo más fácil, a priori. Pero me temo que las pequeñas cosas definen una actitud y son el preludio de las grandes decisiones. No sé qué pensarán ustedes. Así que trato de quedar sólo con quien me apetece, venciendo la pereza (cobardía), aunque a veces me cueste mucho y otras no lo consiga.

Mujer

Una cosa es ser gay, otra metrosexual. A mí no me pasa nada de esto, lo mío es diferente, me estoy volviendo mujer. Nunca me gustó el fútbol, por ejemplo, pero esto es un insignificante detalle. Podría tildársenos de tener cierta metrosexualidad porque nos preocupamos por nuestro aspecto, nos gusta cenar en sitios con encanto e incluso ir al cine a ver pelis que no sean de acción. Sin embargo, no es sólo eso, el asunto es mucho más profundo.

Los hombres van a comprar ropa, las mujeres van de tiendas. Ellos van generalmente cuando necesitan algo. Nosotras nos lo tomamos como una manera de pasar una tarde. Además voy con una o varias muymejoresamigas. Un síntoma gravísimo es que vas a comprar otra cosa que no es ropa, ves algo que te encanta y te lo compras, aunque por supuesto no lo necesites. Hace unas semanas le dije a un amigo: “¡Sácame de aquí antes de que me compre esta chaqueta!”. Otro síntoma es organizar tu semana en función de ese abrigo que viste el otro día en el escaparate y que se te ha metido en la cabeza comprar.

Ya tenemos la ropa, ¿y ahora qué? Ahora mandas un sms o haces una llamada a tu amigo para que esta noche no se ponga la americana de pana color camel, porque te la vas a poner tú. “Ponte tú hoy los pantalones marengo que yo los usaré mañana”.

Esto no es todo, es sólo el principio. Al día siguiente de, o en general cualquier día, incluso de diario, se queda a tomar un té con limón y una coca light para marujear sobre los últimos ligues o casiligues. Esto me llena de esperanza, porque si fuésemos mujeres ya del todo, nos juntaríamos para despellejarlos. Nosotros intercambiamos datos y decidimos estrategias, sin ponerlas verdes, o muy verdes, de momento…

Los sms recibidos también son ampliamente comentados, así como consultados los que se pretenden enviar. Existe una comunicación casi en tiempo real con tus otras muymejoresamigas. “Me ha respondido al sms y no veas lo que me dice. Tenemos que hablar …”

Algo empezaba yo a sospechar, pero cuando me preocupé de verdad fue el otro día. Llamé a un amigo porque andaba cerca de su barrio para ver si se tomaba unas cañitas. Todo muy de tiarrones.
-¿Qué pasa chavalote? Estoy por aquí cerca de tu casa, ¿hacen unas cañitas?
- Vale tío. Pero estoy llegando en autobús, así que tardaré unos quince minutos…

Hasta aquí todo correcto.

- Entonces te espero en el Prenatal que tengo que comprar un regalo para el niño de una amiga.
- Joder, nunca había quedado en un Prenatal con nadie.
- Joder, tienes razón. Yo tampoco.

La conversación que tuvo lugar veinte minutos más tarde es espeluznante:

- ¿… tú crees que me puede decir eso la tía esta?
- Hay que ver cómo son. ¿Prefieres el peto de pana o el vaquero?
- El vaquero. No vuelvo a llamarla para quedar.
- Claro que no, si quiere algo que te llame ella. ¿Con esta sudadera va bien?
- Sí, le pega bastante… pero mira ese jersey de punto, no sé. ¿Se puede cambiar si hay algún problema?

Los ojos de la dependienta no podían abrirse más.

Después de comprar el peto vaquero, que daba más talla, nos pusimos al día rápidamente porque me tenía que ir a hacer la comida. ¡Y ni siquiera nos tomamos las cañas!

Por suerte todavía no tenemos cambios de humor repentinos sin justificación, y aunque distinguimos el fucsia del rosa, afortunadamente aún somos incapaces de distinguir el color marfil del color hueso. No sé por cuánto tiempo.

Equivocarse

¿No les ha pasado nunca que su madre les llama en ocasiones por el nombre de su hermano o hermana y viceversa? Tan seguro estoy de que sí como de que se han referido a un amigo por el nombre de otro más de una vez. Pasa mucho que estás pensando en una cosa y dices otra. Generalmente no tiene importancia.

Tengo un teléfono en mi mesa de la oficina. A éste me llaman mucho porque es el teléfono de trabajo. Al móvil personal me llaman mucho menos. Creo que está roto, tengo que hablar con mi operadora y que desbloquee la recepción de llamadas, al menos las femeninas. Cuando suena extiendo mi mano derecha, lo cojo y acerco el auricular a mi oreja derecha. Luego hablo de trabajo, algo muy aburrido. Me molesta la gente que habla de trabajo por teléfono media hora cuando con cinco minutos sería suficiente. ¿Por qué prolongar una conversación tan tediosa? Hay muchísimas razones y no me gusta ninguna. En fin, después de la media hora cuelgo. Pasado un tiempo te fijas en el teléfono y ves que el cable está cada día más retorcido. Mira, mira el tuyo. ¿Por qué? Yo no retuerzo mi brazo para hablar, aunque me gustaría retorcer el de algunos interlocutores. No me levanto y hago aspavientos ni doy vueltas alrededor de mi mesa con grandes zancadas mientras hablo de trabajo, como otros. Permanezco sentado con el auricular siempre en la mano derecha. Descolgar, hablar, colgar. Gran misterio. ¿Serán las señoras de la limpieza que cada tarde le dan una pequeña vuelta? No creo, porque entonces tampoco tendría polvo. ¿Qué hace al cable retorcerse?

Un amigo mío sale con dos chicas últimamente (obviaré las siglas de los tres, para más detalles consúltese el artículo anterior). Aún no se ha equivocado de nombre, pero todo llegará. Sin embargo, le pregunta a una qué tal en el trabajo de la otra, o a la segunda cómo pasó el fin de semana en la ciudad natal de la primera. Y no veas cómo se ponen…

No lo entiendo, el chaval se ha equivocado, como una madre con sus hijos, como uno mismo con sus amigos más íntimos. Estás pensando en una cosa y te sale decir otra. Qué mal pensadas son, qué retorcidas. Lo normal es pensar que se habrá confundido y punto, ya está, no tiene mayor importancia. Pero se ponen a pensar que si se la estás dando con otra, que algo raro te pasa, así, sin más, sin razones. Como con el cable del teléfono yo no sé qué les hace ser tan retorcidas