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Nocturnidad y Alevosía

La ventanilla (Cuento de Navidad)

Tengo un amigo al que hacía tiempo que le rondaba una historia en la cabeza. Quería contármela y que la escribiera aquí, pero no veía la manera más adecuada. Le sugerí que quizás esa historia no había terminado y no sabía como concluirla porque le faltaba ese final que hiciera que todo cuadrara. Mi amigo negó, estaba seguro de que había acabado…

“Sigues teniendo el mismo coche”, le dijo ella. “Sí, así es. Aún está nuevo, lo único que necesita es que lo lave, ya ni me acuerdo de cuanto hace que lo llevé por última vez”.

Parecía que todo había terminado, pues desde que se borró la agenda de su móvil por accidente hacía ocho meses, no le había vuelto a llamar. Pero el día de Nochebuena recibió un sms de un número desconocido felicitándole las fiestas y resultó ser ella. Antes de que terminara el año volvieron a verse.

No fue fácil encontrar un día porque hay que ver a mucha gente en estas fechas. Además un colega del trabajo le había convencido para salir por el centro varias noches, que hay mucha extranjera pasando las Navidades en Madrid y hay que aprovechar…

La última vez que conoció a una extranjera fue en otoño. Una argentina con un pelo tan rubio como claros eran sus ojos. Una monada. Pasearon por el centro mientras él le enseñaba los lugares más pintorescos, con explicación incluida. Pasaron juntos unos días inolvidables. En una ocasión ella le dijo “dejo un beso en el cristal del carro para que te acordés de mi”. Y allí quedó marcado resaltando sobre el cristal empañado.

Las historias son a veces independientes, otras paralelas y otras, como las torres de la Puerta de Europa, si las prolongas, acaban cruzándose.

Junto a cada torre hay un hotel. La última noche que pasó mi amigo con la chica cuyo número perdió a las pocas semanas, lo hizo en uno de los hoteles, mientras que una de las noches que pasó con aquella preciosa argentina lo hizo en el de la otra torre. Podría pensarse que es aquí donde las historias se cruzan, pero no, sólo se acercan. Aunque bien pensado, esto es pura casualidad…

Volvamos pues a nuestra chica del sms por Navidad. Antes de acabar el año encontraron un día en el que verse. Se tomaron algo en un acogedor sitio con cómodos sillones y luego él la llevó a su casa. Allí se despidieron. La verdad es que tardaron un poco en despedirse. Tanto que los cristales se empañaron.

No sabemos si ella se dio cuenta, pero al ver aquel beso pintado en la ventanilla a mi amigo se le revelaron muchas cosas. En primer lugar que no lavaba el coche desde Septiembre. Pero además descubrió con gran pesar que yo tenía razón y que no podía contarme aquella historia porque no había terminado. Hasta entonces, ahora todo cuadraba. La chica del mensaje se lo había enviado para que se viesen y él descubriera así el beso en el cristal que terminaba con la historia de la argentina.

Pero no sólo eso, era aún peor. Si finalizaba una historia, con ella acababa la otra también. Se entristeció al comprender que, como con las torres, había prolongado ambas historias y ahora que se habían cruzado por fin las dos terminarían.

“Hasta luego guapetón. No vuelvas a perder mi número…”. Se despidió ilusionada.

"Adiós, preciosa…”. Respondió él resignado. Volviendo a casa con los cristales desempañados, ocultando el beso como un mensaje escrito con jugo de limón, vio la luz en la oscura noche del invierno madrileño, halló la solución para evitar que ambas historias terminasen.

Desde entonces cada vez que lava el coche pide que no limpien aquella ventanilla.

 

2 comentarios

In -

Muy lindas historias. Tu amigo hace muy bien en no lavar la ventana del auto, aunque si lo hiciera esas historias no se olvidan... siguen estando en la memoria por mas lavadero de autos que exista. Queda claro, no?? Una pregunta; despues de tanto tiempo, ¿habrá cambiado el carro o seguirán los labios de la argentina paseando por Madrid?

JULIO -

¿QUE BONITO?.
DE TODAS LAS MANERAS HAY QUE TRABAJAR MAS CON MONO EN LA PLAZA MAYOR