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Nocturnidad y Alevosía

Pereza

Caminaba levemente embriagado para lo que es habitual en las últimas noches de viernes por las calles de Madrid. Cabizbajo, inmerso en un mudo soliloquio sin fin. Las cosas importantes se piensan a trocitos en pequeños momentos de soledad. Nadie se sienta a pensar, se hace sin querer. Una pareja pasaba a mi lado, justo cuando ella le decía a él: “Mañana nos tomamos un café a media tarde”. “Bueno, vale”, le contesta sin demasiada convicción. Aplazo mis reflexiones para preguntarme qué relación une a estas personas, pero me falta demasiada información para concluir nada, así que regreso a mi íntimo monólogo mientras paro un taxi con la mano.

A veces la pereza se confunde con la cobardía. La pereza es peligrosa, porque cuando se instala en tu interior, como una tenia, pasa desapercibida al principio, y luego es muy difícil librarse de ella. En ocasiones no hacemos algo no porque no nos atrevamos a afrontar las consecuencias de las reacciones que provoquen nuestros actos, sino porque la pereza que nos atenaza nos hace insoportable encararlas. Algunas relaciones terminan así, se las deja morir lentamente, porque el primero que siente el desamor no es capaz de superar la pereza que le invade al pensar lo que se le vendría encima si decidiese desvelar sus verdaderos sentimientos. ¿O es la cobardía que se disfraza de pereza? Quizás una leve embriaguez, por sus cualidades lenitivas, sea necesaria para contestar a algunas preguntas.

La gente se compra pisos o celebra matrimonios inmovilizados por la pereza (cobardía) que les corroe sólo de pensar el esfuerzo que supone sincerarse y detener la imparable maquinaria que avanza lenta e inexorablemente. Después llega el arrepentimiento y a los pocos meses los pisos se venden y los matrimonios se deshacen. Son ejemplos comunes, pero extremos. Los hay más cotidianos, como por ejemplo quedar a tomar un café con alguien que no te apetece sólo por la pereza (cobardía) que te da sustentar con explicaciones tu declinar. “Bueno, vale”.

No tengo piso ni esposa, así que en las frías noches de fin de semana, anestesiado por una leve embriaguez, trato de convencerme de que cuando quedo con alguien sin ganas es por pereza y no por cobardía, y que cuando decida comprarme un piso o contraer un matrimonio tendré suficiente valor para hacer lo que siento, en lugar de lo más fácil, a priori. Pero me temo que las pequeñas cosas definen una actitud y son el preludio de las grandes decisiones. No sé qué pensarán ustedes. Así que trato de quedar sólo con quien me apetece, venciendo la pereza (cobardía), aunque a veces me cueste mucho y otras no lo consiga.

1 comentario

Marta -

Me encanta leer tu blog tiempo después de que lo escribas para ver cómo según viajaba tu relato por la red para ser publicado ya te estabas contradiciendo. Forma parte del encanto de leer tu blog.