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Nocturnidad y Alevosía

¿A quién esperas?

Hay quien prefiere quedar en el oso y el madroño, pero a mí me gusta más el kilómetro cero, justo debajo del reloj. A veces toca esperar, a todo el mundo le pasa. El pasado domingo me tiré más o menos media hora. ¿Es esto mucho o poco? La percepción del tiempo es tan subjetiva…

Cuando esperas en un sitio concurrido ocurre que hay allí más gente como tú. Eliges un lugar y te dispones a afrontar el incierto intervalo de tiempo con paciencia. No sabes cuanto durará, pero tienes la esperanza, en mi opinión infundada, de que poco. Miras a tu lado y observas en primer lugar a los que, como tú, están esperando. En el segundo reconocimiento te detienes en cada uno un poco más. Poco a poco llegan a resultarte familiares.

Me gusta el kilómetro cero porque está en una calle ancha y pasa mucha gente. Disfruto observando a la gente. Alma de voyeur. Ver las expresiones de sus caras, su forma de andar y de vestir. Dice mucho de ellos si te fijas bien, o al menos te puedes inventar muchas cosas, es muy divertido. Mucho más si además coges al vuelo fragmentos de conversación. Estos desconocidos no van a hacer que dejes de esperar, pero mientras, al pasar cerca de ti, captas un pedazo de sus vidas. A mi me entretiene.

Algunos de los que esperaban contigo se han ido. Alguien llegó y juntos se perdieron en la multitud que deambula por allí. La transformación es instantánea, no deja de ser curioso. Llegan, se sonríen mutuamente y se van. Una vez han dado el primer paso ya no les distingues de los otros transeúntes.

Otros, sin embargo, siguen allí. De tanto miraros puede que hasta os sonriáis o al menos intercambiéis una mueca de complicidad. Se han dado casos de gente que de tanto esperar ha acabado yéndose con alguien al que le ocurría lo mismo, dando ambos plantón a quiénes esperaban. Pero para eso hay que haber esperado mucho, creo yo.

Buff, vaya aburrimiento. No llega oye. ¿O sí? Ah, mira, por ahí viene. ¿O no? Tengo que ir al oculista que cada vez veo menos de lejos. Sí, sí que es. ¡Por fin! Espera… Uy, pues al final no es. ¡Qué rabia! Tengo que mirarme, creo que tengo vista cansada. A veces los sentidos nos engañan.

En fin, el domingo después de la media hora llegó la persona a la que esperaba y nos fuimos, disueltos en la marabunta, a tomar un té y echarnos unas risas. Pero esto es muy fácil, yo sabía a quién estaba esperando y la hora a la que había quedado, tan sólo se retrasó un poco. La vida es mucho más trágica. Hay quien se la pasa esperando, no sabe a quién, ni por cuánto tiempo tendrá que hacerlo. Cree que hay veces que ya llegó, pero los sentidos le engañan. Otros pasan a su lado compartiendo efímeramente un pedazo de sus vidas, luego desaparecen para siempre. Mientras la espera se prolonga ve como a los que estaban a su lado les llega su momento y se pierden en el tumulto. Plantados en el kilómetro cero ven como el tiempo pasa en el reloj que tienen encima. Media hora, año y medio. La percepción del tiempo es tan subjetiva...

Esperar sin más, sobretodo si no se sabe por cuánto, es una pérdida de tiempo, además de ser muy duro. Procuren invertir el tiempo en lugar de perderlo, es al menos más llevadero.

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