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Nocturnidad y Alevosía

La década sin nombre

El otro día me invitaron a una fiesta. Fui invitado muy de rebote, no conocía a la anfitriona, ni el motivo del festejo, lo cual siempre es un aliciente, porque si conoces a todo el mundo ya sabes cómo va a ser. En este caso, la incertidumbre alentaba a la esperanza: uno, que es optimista desde pequeñito. “Además habrá, en principio, más mujeres que hombres”. Resulta que uno además es escéptico, desde la infancia también.

Así que allí nos plantamos, con nuestras mejores galas, nuestra sonrisa de pillar y nuestra botella de whisky. Tengo un amigo que amaba a su guitarra, la abrazaba diciendo: “Estas son las curvas más fieles”. Las curvas de la botella son igualmente fieles, a falta de otras.

En un primer vistazo la fiesta promete. Nos presentan a un montón de señoritas (algunas con edad de ser señoras) y a algún caballerete (ni caso, claro). Nos hacemos con una copa en tres tiempos: 1) consigue un vaso, 2) échate el hielo, y 3) sírvete la copa. Ahora sí, ya ha terminado el protocolo y estamos de lleno en la fies. Un primer vistazo y a comenzar con el “holaquetal”.

En el primer reconocimiento una cosa salta a la vista, cada uno es de su padre y de su madre. Parece una fiesta de los 80, estás allí porque te han invitado, pero te podrías haber colado y nadie te diría nada. Hay de todo, desde extrapijos con su camisa de supermarca hasta un tipo con el pelo amarillo (no rubio, amarillo). Todo el mundo conoce a dos personas, a la que le ha hecho llegar hasta allí y a quien le acompaña, y poco más…

Los vasos pequeños de plástico tienen dos características que los hacen peligrosos. Una, son pequeños y te los terminas enseguida. Dos, no son tan pequeños y acabas bebiendo más de lo que piensas. Así que después de tres vasitos estás funcionando al máximo nivel. En un momento me veo repartiendo fichas a tres mujeres simultáneamente, pim, pam, pim, pam. “¿Y tú a qué te dedicas?” Me dice una. Un amigo me aconseja que, en estos casos, responda que soy capitán de fragata porque, dice, la gente se queda perpleja y no pregunta más. Pero a mí es que no me sale mentir, y así me va. Le comento que trabajo en el sector aeronáutico, y ahí es donde la cago. “Uy, pues a mi amiga le encantan los aviones”. Dice señalando a la esfera de radio pequeño que tiene por amiga y que han traído rodando por el pasillo. “Mira, este chico trabaja con aviones, con lo que a ti te gustan”. Guiño, guiño. La esferita, con cara de incredulidad, porque no se entera de qué va la vaina responde que bueno, que sí, pero no especialmente, vamos que no. Menos mal, me libré de la encerrona. Entonces salta la otra, la rubia, la que faltaba: “Oye, pues mi hermano quiere ser controlador aéreo, ¿tú qué opinas?” Y como uno no puede decir siempre lo que piensa, miente descaradamente mientras de su cabeza no se va la idea: ”irse de aquí, irse de aquí, irse de aqu텔.

Mientras mistifico a la rubia, no paro de mirar a mí alrededor, para decidir hacia dónde encamino mis pasos. Me pongo otra copita y me quedo unos segundos en tierra de nadie. De pronto llega el tipo del pelo amarillo (no rubio, amarillo) me coge un pico del cuello y me dice “me encanta tu camisa, tío”. Durante una fracción de segundo me quedo pálido y tembloroso. Me rehago y con cara de póker intento librarme de él antes de que sea tarde. “Gracias tío, pero pasa, pasa, no te quedes ahí”. Y enseguida le grito a mi amigo dándole la espalda al del pelo amarillo: “¿Te pongo una copita a ti también?” Tácticas avanzadas de evasión. Después de esto me siento mucho más como en una fiesta de los 80, ha vuelto la Movida y aquí estoy yo en pleno epicentro…

Mientras selecciono presas futuribles hablo con la improvisada DJ, que se ha metido al sector femenino en el bolsillo con “La oreja de Van Gohg” y esta conquistando al masculino con Bisbal… Le comento que si no tiene algo más, no sé, no tan OT. “Ahora te pongo algo”. “Gracias”. Vuelvo con mis amiguetes y me hacen un informe rápido sobre la soltería que nos circunda. Valiosa información. Una copita más y me pongo a funcionar…

De pronto la música se detiene y nos informan de que hemos de irnos, que los vecinos se quejan. Nos vamos todos a un bar de supermoda regentado por un ex-GH. “¡Madre mía, pero si no es de día!” Esta es la fiesta más corta del mundo, que manera de cargarse el rollito ochentero. No me lo explico.

Una señorita con edad de ser señora me interroga acerca del nuevo destino. La informo. Me pide hueco en el coche. Si me gustase la llevaba en mis rodillas, como no es el caso la espeto: “Yo a ti te llevaría donde me dijeses, pero habla con el dueño del coche”. Y huyo con sonrisa de plástico.

Al llegar al antro de supermoda la década sin nombre que nos ha tocado vivir nos cae encima con todo su peso. Fiesta de no sé qué para la que hay que pagar una pasta, pero con consumición ¡ojo!, en un garito GH. Entramos, qué remedio, porque nos prometen que viene todo el mundo. Cola para pagar, cola para el ropero, cola para pedir, al ritmo ineludible de las canciones más OT. Grupos de cazadores al ataque y presas a la defensiva, todo muy tenso, muy de mentira. ¿Dónde está la Movida?, ¿dónde la fiesta ochentera? Adiós al buen rollito de: no conozco a nadie pero acabaré conociendo a todo el mundo bajo etílicos efluvios que nos embriagan de amistad, cuando menos… Me cago en esta década sin nombre.

Lo mejor es que no sé de lo que estoy hablando porque, lo peor, es que yo no viví los 80.

1 comentario

Elsa -

Muy bueno, como siempre. Viviste los 80 con retraso o crees que hemos olvidado tus escarceos con Alaska?

Besos