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Nocturnidad y Alevosía

Una cerveza. O varias.

Vayas donde vayas encuentras cerveza. A la gente le gusta. Alguna razón habrá para que desde hace siglos nos venga gustando.

Hay gente que siempre se pide una caña. No me extraña en absoluto. Bien tirada, fresquita, con su espuma... Da igual donde vayan, siempre fieles a su caña. Es que no les apetece otra cosa. Qué felicidad. ¡Una caña, por favor!

La cerveza es que está muy rica, oye. Ocurre a veces, que cuando a uno le gusta algo, pues le da a uno por probar sus variantes. Al principio todo bebedor es inexperto, y le dan gato por liebre o se bebe lo que le pongan. Pero con el tiempo el ser humano, no sólo en lo que a cerveza se refiere, se vuelve refinado en sus gustos. Va definiendo su perfil, lo que le va y lo que no. Cerveza negra, rubia o tostada, con más o menos graduación, de cebada o de trigo, alemana o danesa... Cuanto más se prueba, ocurren dos cosas: la primera es que más te gusta la cerveza y la segunda es que te vas haciendo más exigente. Así que la cerveza te encanta, pero también eres muy meticuloso a la hora de elegirla. Se produce pues una interesante paradoja: ¿Cómo disfrutar de algo que realmente sólo te agrada si es excelente? Desde luego produce cierta frustración. La vida es mucho más fácil si te quedas con tu cañita de toda la vida.

Pero hay más fuentes de infelicidad por desgracia. Las mejores cervezas, las más refinadas, las más apetecibles por el verdadero experto, no son fáciles de conseguir. Sólo están al alcance de unos pocos. Además cuanto más escrupuloso eres eligiendo tu cerveza, más cualidades has de reunir tu mismo. Para ser capaz de valorar todas sus características necesitas preparación. Nadie aprecia de veras una ópera sin haber estudiado música. Así que dos factores cuentan, cuánto cuesta conseguirlas y la preparación necesaria para disfrutar de toda su complejidad.

Llevando al extremo este razonamiento, ¿qué ocurre si uno desea una cerveza llena de prestaciones y sólo puede tener acceso a la cañita que tan bien tira el camarero del bar de la esquina? Que vamos mal, amigos.

Llegados a este punto que nadie se lleve a engaño. La mejor cerveza, en mi opinión, no es la que tiene la botella más atractiva o el precio más caro. No son factores que midan la calidad para mí. Pero todo esto es muy subjetivo. También creo que un buen embotellado no disgusta a nadie y que si el precio es alto merece la pena, al menos para mi que soy un escéptico, preguntarse por qué.

Hay gente que nunca tuvo una cerveza única, desde el principio fue probando marcas. Otros sin embargo, tuvieron su caña preferida y un día se aventuraron a probar otras. Da igual que les gustase la experiencia y siguiesen probando más, dejando atrás sus inicios, o que, por el contrario, volvieran a su caña de siempre: la experiencia marca. Ya nunca te sabe igual la primera, una vez has probado otras.

Finalmente he de confesar que envidio a la gente feliz, es decir, a la que está contenta con lo que tiene: ya sea su caña de toda la vida, la primera que probó y a la que es fiel desde entonces; o a aquel que tras probar una infinidad de variantes eligió a la que mejor se adataba a su paladar. Otros no están nunca (o aún) satisfechos, da igual si lo reconozcan abiertamente o se engañan a sí mismos.

No me tengo por un experto, digamos que simplemente soy curioso, así que en la medida de lo posible trato de saciar mi curiosidad con un trago de vez en cuando. Algunas de las cervezas que me he llevado a al boca han sido mejores que otras, pero de todos los sorbos se aprende. Incluso de los malos tragos.

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Anónimo -

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