Blogia
Nocturnidad y Alevosía

No es fácil tenerlo claro

Venía un amigo tan contento un lunes por la mañana. Todo el mundo sabe que si uno viene con sonrisa de oreja a oreja un lunes temprano no es porque se haya pasado el fin de semana en la cama con gripe y venga descansado, sino porque ha pillado. Así que no nos quedó más remedio que desentumecer nuestros pesados párpados a base del deseado interrogatorio.

 
Para la desdicha de mi amigo pillar es un verbo polisémico:
 

- ¿Qué has pillado un teléfono? ¿Y ya? ¿Y por eso estás tan contento? A ver, a ver, cuéntanos esa historia...

 
Andaba él con un par de colegas de bar en bar por una capital de provincia de las más animadas que hay, cuando se cruzaron con una niña muy mona que por allí pasaba en soledad a las tantas de la mañana. En un atisbo de lucidez le espetaron el clásico “nosomosdeaquidondehayqueirahora”. Ella era una francesa que estaba de Erasmus. ¡Oh,  divino tesoro! Paremos un momento a reflexionar sobre las palabras clave. Francesa. Erasmus... Respiramos un momento y seguimos. Ella muy amablemente les explicó dónde ir y también que ya se iba a casa. Uno de ellos le dijo “vente”, y ella dijo “no, ya me voy a casa”. Mi amigo le dijo “vente”, y ella dijo “para estar hablando en la calle me voy a tomar una copa contigo”. Hasta este punto entiendo que mi amigo no lo viera claro. Después charlaron los dos solos durante una hora. Apartados del resto. Él le pidió el teléfono, y ella se lo dio. Él aún no lo tenía claro. Siguieron charlando, todos se fueron, charlaron más. Él no lo tenía claro. De hecho creyó que ya había cumplido y se fue tan contento como triste se fue ella a casa. Al día siguiente, tan feliz, se volvió a su ciudad natal. Sin llegar a haberlo visto aún claro. Hasta el lunes a la hora del café...
 
Una francesa de Erasmus que se va a ir a casa y decide tomarse la última contigo (que no con tu amigo) no tiene como objetivo darte su teléfono después de hablar contigo a solas durante una hora.
 
Claro que hay casos más graves. Seré breve, porque la historia es tan larga como buena. De hecho se ha convertido en un clásico en las reuniones navideñas de mucha gente. Empieza como la anterior, pero además se ponen a bailar, muy juntos, muy juntos. Y él sigue sin tenerlo claro. Ella le invita a su casa pero él no lo tiene claro. Ella va a ponerse cómoda y le ofrece a él darse una ducha. Como no lo tiene claro ella se empeña en darle de cenar. Él quiere pasta, pero ella no sabe hacer pasta. Él cena otra cosa. Después de cenar ella le sugiere que haga pasta para desayunar. Él sigue sin verlo claro y se va al hotel donde están sus amigos.
 
Hay que tener mucho cuidado, porque el asunto no es nada fácil. Otro amigo mío me contaba que el domingo se fue a cenar de tapas y beber unos chatos por el centro. Esa zona donde se mezclan tanto los lugareños como los turistas. Por allí andaban poniendo en práctica todo lo que habían aprendido en su último curso de cata cuando aparecen dos jovencitas con cara de no ser de por allí. Ellos se miran y rápidamente lo tienen claro. Pero se lo toman con serenidad, hay que controlar el tempo. Ellas a lo tonto se acercan y se ponen a su lado y les piden con cara de tonteo que les acerquen la carta de vinos, esa que está tan cerca. “Muchas gracias” dice una con toda intención. Ellos, experimentados en estas lides, lo ven claro. Segundos después su amiga le pide un cigarro a uno de ellos. Él se gira y le responde que lo siente, pero que no fuma. Mientras ambos se dan cuenta de que la amiga se está encendiendo uno... Ellos, como son muy retorcidos piensan que por qué les pide un cigarro a ellos si su amiga tiene... Lo tienen claro. Pero tranquilos. En lo que se piden otro tinto y se giran de nuevo las dos ya tienen cigarro. Por si alguien no lo tenía claro. En el momento en el que el camarero les trae la tapa a las chicas ellos deciden al unísono cuándo sentarse con ellas: en cuanto se la terminen. A eso llamo yo controlar el tempo, pero para eso hay que tenerlo claro. Otro chato. Disertación sobre cómo los ácidos contribuyen a equilibrar un tinto. De pronto un viento cruza el local. Antes de volver a peinarse otro ráfaga lo atraviesa. Un segundo después el camarero entra asiendo del brazo a una de las chicas, que tras disculparse un millón de veces paga la cuenta que debe y se va. No hay vinos tan blancos como la cara de los dos amigos.
 
No es fácil tenerlo claro.

0 comentarios